“Suponga el lector que tiene problemas en la vista y que decide visitar a un oculista. Después de escuchar brevemente su queja, el oculista se saca las gafas y se las entrega. — Póngase éstas —le dice—. Yo he usado este par de gafas durante diez años y realmente me han sido muy útiles. Tengo otro par en casa; quédese usted con éste.
El lector se las pone, con lo cual su problema se agrava. —¡Esto es terrible! —exclama usted—. ¡No veo nada! —¿Por qué no le sirven? A mí me han dado un resultado excelente. Ponga algo más de empeño.
—Lo pongo. Pero lo veo todo borroso.
—Bueno, ¿qué pasa con usted? Piense positivamente.
—Positivamente no veo nada.
—¡Vaya ingratitud! —le increpa el oculista—. Después de todo, lo único que pretendía era ayudarle!
¿Qué probabilidad existe de que usted vuelva donde ese oculista la próxima vez que necesite ayuda? Creo que no muchas. No se puede confiar en alguien que no diagnostica antes de prescribir.
Pero, en las interacciones humanas, ¿con cuánta frecuencia diagnosticamos antes de prescribir?
—Vamos, hijo, dime qué te pasa. Sé que es difícil, pero trataré de entenderlo.
—Oh, no lo sé, mamá. Vas a pensar que es algo estúpido.
—¡Por supuesto que no! Puedes contármelo. Nadie se preocupa por ti tanto como yo. Sólo me interesa que estés bien. ¿Qué te hace sentir tan desdichado?
—Oh, no lo sé.
—Vamos, hijo, ¿de qué se trata?
—Bueno, para decirte la verdad, ya no me gusta la escuela.
—¿Qué? —pregunta usted con incredulidad—. ¿Qué quieres decir con que no te gusta la escuela? ¡Después de todos los sacrificios que hemos hecho por tu educación! La educación es la base de tu futuro. Si fueras tan aplicado como tu hermana mayor, te iría mejor, te gustaría la escuela. Una y otra vez te hemos dicho que sientes cabeza. Eres capaz; simplemente no eres aplicado. Esfuérzate. Adopta una actitud positiva. Pausa.
—Continúa. Dime por qué te sientes así.
Tenemos tendencia a precipitarnos, a arreglar las cosas con un buen consejo. Pero a menudo no nos tomamos el tiempo necesario para diagnosticar, para empezar a comprender profunda y realmente el problema. Si yo tuviera que resumir en una sola frase el principio más importante que he aprendido en el campo de las relaciones interpersonales, diría lo siguiente: procure primero comprender, y después ser comprendido. Este principio es la clave de la comunicación interpersonal efectiva.”
El anterior texto fue adaptado de un texto completo del autor Covey (1) donde propone la frase “Procure primero comprender y después ser comprendido”, es decir, escuche de manera empática.
La escucha empática es aquel nivel de atención centrado en el otro, por medio del cuál percibimos el mensaje de nuestro interlocutor libre de prejuicios, nos ponemos en su lugar profundizando en su propia experiencia para hacerla nuestra. Mediante la escucha empática buscamos entender la emocionalidad del otro para habitar su propio mundo.
Consiste en comprenderle profundamente desde su propio marco de referencia, tanto en lo emocional como en lo intelectual.
La empatía es la capacidad de ponernos en el lugar del otro. La aceptación y la interacción con el otro, se ve ampliamente influenciada por la empatía. Si el otro percibe que frente a él se encuentra un par, alguien que se parece a él, estará más dispuesto a permitirnos evidenciar sus propias emociones.
Podemos definir la existencia de cinco niveles de escucha, que determinan que tan bueno eres al momento de escuchar.
Elementos clave de la comunicación empática
Para convertirse en un oyente empático y comunicarse inteligentemente
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Leonardo Gutiérrez Giraldo
Master Coach, Coach Profesional y Comercial
certificado por la Global Coaching Federation
NLP – Master International Association for NLP de Suiza
Consultor Internacional certificado por Bureau Veritas
Sinergia Consultoría Organizacional
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@leogcoach
(1) Covey, C. Seven Ways of Enhancing your living. Londres, Editorial Sage.
Como todo lo del curso son bases importantes a aplicar. Muy concretas y que nos permiten ser más empáticos.
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